Catedrales del Arlanza

La ruta comienza en Covarrubias, villa de orígenes altomedievales y símbolo fundacional de Castilla. En el siglo X, Fernán González y su hijo García Fernández la convirtieron en capital del Infantazgo, dotándola de un prestigio religioso y político que se prolongaría durante siglos. La excolegiata de San Cosme y San Damián, iniciada en 1474 sobre un templo románico, ofrece una admirable lectura del gótico tardío castellano: planta de cruz latina, naves escalonadas y bóvedas de terceletes. Su retablo mayor, dorado en 1753 por los hermanos Cortés del Valle y Francisco Echevarría, inunda de brillo barroco la sobria piedra gótica.
En el presbiterio de la nave central de la excolegiata descansa el propio Fernán González, y en el claustro gótico reposa la princesa Kristina de Noruega, esposa de uno de los infantes de Castilla. Anexo al templo se encuentra un sobresaliente museo de arte sacro que alberga piezas de Diego de la Cruz, Pedro Berruguete y otras obras hispanoflamencas de gran valor.

Desde Covarrubias y tras pasar la villa ducal de Lerma, la ruta desciende al Campo de Muñó, un territorio de cielos abiertos y horizontes sin fin. En Villahoz, villa realenga documentada desde 1074 y cabeza del Arciprestazgo durante siglos, se alza la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, profundamente transformada en el siglo XVI.

Es un modelo de iglesia-salón o hallenkirche, donde tres naves de igual altura y bóvedas estrelladas crean un espacio diáfano pensado para la predicación renacentista. La portada meridional, atribuida a Francisco de Colonia, evoca los últimos impulsos del gótico isabelino en Castilla. La torre, reconstruida en 1761 por Julián de Arbaiza, presenta un singular ajedrezado de sillares de piedra caliza de diferentes tonalidades. En su interior, la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción custodia una de las mejores colecciones de retablos barrocos de la provincia de Burgos, donde los hermanos Cortés del Valle reflejaron toda su maestría.

A pocos kilómetros espera Mahamud, cuyo topónimo remite a la repoblación mozárabe. Su iglesia de San Miguel Arcángel, iniciada en el siglo XIII, conjuga una portada occidental propia del gótico inicial, una cabecera luminosa erigida en el gótico radiante de finales del siglo XV y una fachada barroca erigida a finales del siglo XVIII en el lado sur del templo. En su interior resplandece el retablo mayor renacentista, ejecutado entre 1566 y 1573 por Domingo de Amberes: una obra maestra de 39 escenas talladas y policromadas con precisión flamenca.
Este templo fue también escenario de un hecho histórico de gran simbolismo: en 1507, en presencia de Fernando el Católico, el cardenal Cisneros recibió aquí el birrete enviado por Roma. Un episodio que consagró el papel de Mahamud en la historia política y espiritual de Castilla.

La ruta culmina en Santa María del Campo, próspera villa medieval que, desde tiempos de Juan II, fue Cabeza de Behetrías de Castilla la Vieja y, en 1507, corte temporal de la reina Juana I. Su iglesia de la Asunción, erigida entre los siglos XIII y XVIII, condensa en piedra una síntesis magistral del arte religioso castellano que inmortaliza su glorioso pasado.
Sobresale la monumental torre plateresca, iniciada por Diego de Siloé en 1527 y concluida por Juan de Salas en 1538: casi sesenta metros de elegancia renacentista, adornados con pilastras, medallones y grutescos, que la consagran como uno de los campanarios más bellos del Renacimiento español.
En su interior se descubre un claustro gótico de delicadas tracerías flamígeras, un notable coro gótico-mudéjar, tapices flamencos, piezas de orfebrería y varias tablas atribuidas a Pedro Berruguete, testigos de la intensa vida cultural y espiritual que floreció en la villa durante la Baja Edad Media.
Las Catedrales del Arlanza componen un itinerario patrimonial compacto y poderoso.
Covarrubias abre con solemnidad gótica; Villahoz ofrece la claridad del Renacimiento; Mahamud vibra con acento flamenco; y Santa María del Campo alza su torre como colofón de una Castilla que fue granero, crisol y alma de una época. Recorrer estas iglesias es dejar que la piedra hable: del fervor de sus gentes, de la memoria de un reino y del arte que aún respira en el corazón de la meseta.